lunes, 9 de junio de 2008

La amistad es de cristal


EL CRECIENTE INDIVIDUALISMO DE LA SOCIEDAD MINA LOS VÍNCULOS ENTRE AMIGOS. La semana pasada, dos personas que no se conocían me contaron una historia muy parecida. Ambas, de diferente edad y entorno social, habían tenido durante años lo que creían que era un amigo a prueba de bomba. Sin embargo, bastó un levísimo cambio geográfico para que aquellas relaciones se disolviesen como un azucarillo. A Marta, administrativa, la trasladaron a otro departamento en la misma planta. Mientras que a Pau, biólogo, la búsqueda de vivienda lo llevó al pueblo de al lado. Fue suficiente para que aquellas personas con las que habían disfrutado parrandas y confidencias ahora los mirasen como extraños. “Siempre había pensado que la amistad era algo más sólido”, concluía Marta, decepcionada. “Antes no era así”, aventuraba Pau, recordando amistades de la mili que habían pervivido a lo largo de cuatro décadas. Las dos anécdotas ponen de manifiesto el abismo que hoy separa la idea que aún tenemos de la amistad y su peso real en el mercado de las relaciones personales. Pues resulta obvio que la apoteosis de individualismo en la que vive inmersa nuestra cultura ha comenzado ya a minar un vínculo interpersonal que había conocido tiempos mejores. “En la sociedad de consumo compulsivo, de olvido fácil y rápida reposición, la auténtica amistad es un lujo del que pocos disfrutan realmente, un bien tan amenazado como el medio ambiente”, asegura Ignacio Merino, autor de Elogio de la amistad, una erudita y amena historia sobre este tema desde la Antigüedad hasta nuestros días. Y su conclusión es que, huérfana del oropel de antaño, ha comenzado a cotizar a la baja: “Escuálida en la selva bulímica de la mercadotecnia, víctima del trueque, se convierte en artículo de usar y tirar. Un valor desdibujado por el espejismo de una sociedad en la que prima la apariencia y lo superficial. Hoy, la verdadera amistad, admitámoslo, está de capa caída. Se practica poco o de forma forzada”. Merino asegura que, como es evidente, sigue habiendo amigos; los de la niñez, el barrio, la escuela, los del verano o el trabajo. Pero, se pregunta, ¿cuántos conservamos de verdad a través del tiempo? ¿Cuántos mantiene, años después, el joven que se casa y tiene hijos? Y, tras constatar que en la cultura la amistad sigue siendo un asunto menor, como de escuela o parroquia progre, apunta su destierro del cine y, sobre todo de la música contemporánea, que se ha quedado enquistada en el amor de pareja y, sobre todo, en el desamor. “Los amigos, en nuestra zarandeada sociedad del siglo XXI, no pasan a menudo de ser compañeros del bregar diario, conocidos ajenos a nuestra voluntad, colegas de infortunio en el deambular de la existencia o, lo que es peor, amiguetes, es decir, individuos de nuestra especie que están ahí por azar, porque nacieron en nuestro barrio, poblaron las mismas aulas o talleres o tal vez sólo se emborracharon con nosotros. Pero los camaradas se hacen sobre todo en las horas duras, en el trasiego del dolor o la prueba del heroísmo, y eso, francamente, no es lo habitual. Lo que manda en la calle, lo que vemos aquí y allá, es la amistad de circunstancias, mientras valga para algo. Los amigos han llegado a ser artículo de consumo que sirven para el bienestar y, si molestan, se cambian u olvidan”. Así que un nuevo paradigma globalizador marca a la amistad en estos tiempos en que las decisiones personales tienden a tomarse sin consideración por nadie. Así fueron los años 90. “Si buscas un amigo, cómprate un perro”, era la consigna. Y hemos comenzado a transitar por el siglo XXI dispuestos a prescindir de algo que, como reza un proverbio turco, “duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad”. Lo cuenta Pau; “Con la edad he llegado a darme cuenta de que una de las mejores cosas que te puede ofrecer la vida es una cena con amigos del alma, compartiendo risas y copas. Pero es como si cada vez resultase más complicado conseguirlo”. Po se trata de un fenómeno reciente, algunos especialistas lo sitúan en el fin de los antiguos estilos de vida que comportó la Primera Guerra Mundial, Pero más recientemente, diversos estudios han avalado la rapidez del proceso. En el año 1995, un politólogo estadounidense, Robert Putnam, escribió Bowling alone (jugando solo a bolos), un ensayo en el que demostraba la profunda transformación de las relaciones. La idea se le ocurrió tras constatar la preocupación de los propietarios de boleras, una de las actividades de ocio para practicar entre amigos más extendidas en Estados Unidos, por el descenso de sus ingresos. Los datos confirmaban que el número de jugadores había crecido un 10%, sin embargo la caja había caído hasta un 40%. ¿Qué estaba pasando?. Pues que los clientes comen y beben más en la bolera cuando están en grupo que cuando juegan solos. Y que ahora acudían en mayor número sin compañía. La anécdota, para Putnam, reflejaba a pequeña escala la transformación que están experimentando los patrones de sociabilidad. Y que las consecuencias a medio plazo provocarán el repliegue del individuo sobre el ámbito privado y el descenso de la participación en organizaciones civiles estarían minando el desarrollo de normas de confianza y reciprocidad generalizadas. Un capital social de inestimable valor. Pero ya antes, coincidiendo con la masificación de la televisión, se produce un momento de inflexión a partir del cual se observa un declive progresivo en todos los indicadores de actividad cívica. Cada vez es menor el contacto con los vecinos, la implicación de los padres en las actividades de la escuela o la formación de asociaciones. ¿Y por qué todo esto tendría que ser malo?, preguntan los escépticos. Con datos del último cuarto de siglo, Putnam asegura que los lazos sociales son el mejor predictor de la satisfacción con la vida. Por ejemplo, estar casado es el equivalente de cuadruplicar los ingresos, mientras que asistir regularmente a los encuentros de un club social tiene el mismo efecto estadístico que duplicarlos. Como contrapartida, la pérdida de capital social se relaciona con peores resultados educativos, embarazos adolescentes, suicidios, mortalidad perinatal, incremento de las tasas de delincuencia y un largo etcétera de penalidades. Ciberrelaciones.- Aunque ante las repetidas voces de alarma, también se ha escuchado la voz de otros investigadores que aseguran que la amistad no está desapareciendo, sino que, simplemente, se está transformando. Si las relaciones de antaño estaban esencialmente determinadas por lugares (aldea, barrio, llamada de teléfono fijo a fijo, por ejemplo), internet y la telefonía móvil favorecen las relaciones de persona a persona, estén donde estén. “Dejamos de depender de una sola comunidad esencialmente geográfica y nos vinculamos cada vez más a una variedad de redes menos densas y más dispersas. El tejido social no se destruye, se modifica, explica el sociólogo canadiense Barry Wellman que ha bautizado este fenómeno como “individualismo en red”. El estudio titulado La fuerza de los vínculos en internet, dirigido por Wellman y fruto de una colaboración entre el Pew Internet y el Netlab de la universidad de Toronto, muestra que los internautas no se limitan a usar la red para conseguir información. “Es más, quienes usan internet son más susceptibles que los demás de haber recibido el apoyo de sus redes sociales cuando tuvieron que enfrentarse a momentos importantes de su vida”. La encuesta desmonta la idea tan asentada de que el tiempo pasado en la red afecta nuestras relaciones personales. “Es todo lo contrario. Cuanto más vemos a cierta gente en persona, más correos y llamadas intercambiamos con ellas”. En todo caso, cegados por un presente frenético, no nos paramos a pensar que del valor de la amistad, como sucede con la salud, sólo nos damos cuenta cuando la perdemos.

MANUEL DÍAZ PRIETO / Animales y racionales / La Vanguardia / 24 Septiembre 2006

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